Final de un sueño

Por Aymara Lorente

Los peces mas pequeños se enredaban y viajaban en la maraña interminable que seguía a mi cabeza.  Era un riachuelo que flotaba sin prisa, y yo viajaba indiferente; ajena al calor o el frío.  Con ojos entreabiertos distinguí unas personas en la lejanía.  Entonces escuché la voz serena de mi madre.
__ Si no abres bien los ojos, ni extiendes la mano, nadie podrá ayudarte.

Toda la luz del mundo entró a mi cuerpo.  Cuando estaba a unos metros de aquel inmóvil grupo, saqué el brazo derecho, que era el mas cercano a la orilla donde estaban las figuras esperando por mí.  Allí también se encontraba Pablo, y él alcanzó mi mano, elevándome en el aire como una frágil hoja que hubiera caído al río.  Detrás había dos muchachas negras idénticas.  Una de ellas, la que llevaba un vestido de flores, soplaba mi cuerpo, y las gotas se escapaban hacia todas direcciones reflejando la luz.  La otra joven lucia una túnica y turbante verdes fosforescentes, y exhibía una sonrisa de puro marfil.

 Mi madre flotaba alrededor sacudiéndome la bata blanca, y quitando los lirios y ramas que aún estaban atrapados en mi cabello y por todo mi cuerpo.  Fue entonces que vi el resto del grupo, pero sus rostros eran borrosos, al igual que la ciudad que se levantaba en la distancia.

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