U.S.A: el último gran salvavidas.
Por Aymara Lorente
En el Día de la Independencia de los Estados
Unidos.
Cuando éramos niños, jamás nos íbamos al mar sin antes colocarnos
aquellos coloridos salvavidas inflables.
Nuestros padres y nosotros nos sentíamos más confiados con la asistencia
de los anillos salvadores. Aun así, la persona mayor más cercana siempre mantenía
una de sus manos sobre esos círculos de goma para mantenernos controlados a su
alrededor, y que las olas no nos fueran alejando de su área de protección. Por aquel entonces, si no había el dinero, o
se había ponchado uno de aquellos flotadores, se utilizaban las llamadas
cámaras de gomas de autos que, quizás ya remendadas y en desuso, dejaban su
destino de las carreteras para ser lanzadas al mar, volviendo así a la vida,
esta vez convertidos en una muy útil versión alterna de los clásicos salvavidas.
En aquella época en que se empezaba
a sufrir el paso y el arraso de las primeras décadas de la involución cubana,
los tan familiares salvavidas fueron desapareciendo. Empezaron a verse entonces pequeñas y grandes
balsas también inflables. De aquellos
ingenuos juegos y artefactos playeros quizás surgió la idea de ese otro tipo de
balsa, construido con toda clase de material que pudiera mantenerse a flote,
para lograr propósitos más arriesgados y definitivos: atravesar el estrecho de
la Florida y escapar de la isla prisión.
Desde la década de los años sesenta los cubanos han emigrado
masivamente, por cualquier vía, hacia los Estados Unidos de América, y aun hoy
que ya se estrechan las manos los políticos de ambos lados (rebajándose los
Obama de aquí a la vergonzosa e innegable bajeza de los Castro de allá), el éxodo no cesa, más
bien se ha incrementado. Cuentan que en estos últimos meses, desde el comienzo
del deshielo en las relaciones, se ha
triplicado la cantidad de cubanos que entra por la frontera de México. La
crisis en Europa los ha obligado a dejar atrás también el viejo
continente. Todos temen que se elimine
la ley de ajuste cubano, y ya no tengan acceso garantizado y permanente a la
tierra prometida.
Desde hace algún tiempo me preocupa la visión que tienen los nuevos
inmigrantes sobre este país, algunos lo ven sólo como un enorme salvavidas. Muchos recién llegados, de nuestra isla y del
mundo, se instalan sin el deseo o la intención de aprender sobre el nuevo lugar
que los acoge. Sus hijos nacen aquí, y
no se les transmite un sentimiento patriótico, ni de agradecimiento, hacia la
tierra donde han venido al mundo, y que
deberían amar tanto como la de sus padres.
Esta indiferencia, intencional o inconsciente, no era usual hace un par de décadas atrás.
Muchos adultos que ahora viven aquí, o que aprovechan temporalmente en prolongadas
estancias lo que este país ofrece, se comportan como si habitaran una nube
pasajera, ignorando o minimizando el valor de todo lo que aquí abunda,
particularmente la libertad y la dignidad individual. Algunos no toman ventaja de las oportunidades a su
alcance para crecer como seres humanos, no tienen la valentía o la disposición
para empezar a luchar de cero, con realismo y humildad. Se conforman con asistencias y ayudas que
solo crean dependencia, no se proponen alcanzar nuevos y prometedores objetivos
que les conducirían a convertirse en personas independientes, cosa que es
alcanzable en este país, por medio del trabajo honrado, a cualquier edad.
Me parece oportuno recordar hoy que esta nación no es una plataforma
flotante, ni es sólo un enorme
salvavidas. The United States of America es un generoso país, con historia e
identidad, que le abre las puertas y ofrece oportunidades a todo el que llegue
a sus costas, hasta a los que lo critican y, paradójicamente, también a los que
lo odian. Sin embargo, ninguno de estos
permanentes o temporales inmigrantes puede alejarse por largo tiempo de estas
tierras porque muchos quedarían para siempre perdidos, a la deriva.
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