Ciudadanía
foto Amanda Lenza
Por Aymara Lorente
Para
Daniel, un cubano americano más en nuestra familia.
La alegría y la extrañeza se entremezclan cuando
nosotros los cubanos arribamos a ese punto tan crucial que es alcanzar la ciudanía
oficial en el país que nos ha acogido.
Si algo es bien sabido, es que a los cubanos nos gusta, y nos ha gustado
siempre, viajar; pero nunca hubiéramos abandonado totalmente nuestra patria si
no hubiera sido por el desbastador mal que arrasa la isla desde 1959.
Convertirse en ciudadano de nuestro nuevo país,
segunda patria, es sin dudas un triunfo, pero también confirma y acuña, de
manera permanente, nuestro exilio, que no podemos calificar como totalmente
voluntario, en un gran porciento de los casos.
Por mi parte, como siempre he expresado, siento gran responsabilidad por
el hecho de que esa tiranía se encuentre todavía en el poder porque le di la
espalda al problema, y decidí enfrentar el duro exilio para rehacer mi
vida. Tengo la suerte de haberme aclimatado
inmediatamente a estas tierras que han salvado a tantos de una vida de miseria,
control e ignominia, y no padezco de nostalgia por Cuba porque desde hace mucho ya no es el país
de nuestros padres y abuelos, sino una inmensa finca controlada y vejada por la
familia Castro y sus inescrupulosos seguidores.
Si siento mucho dolor por ver nuestra patria destruida moral y
materialmente por unos cuantos criminales megalómanos.
Sin apenas buscarla, muy pronto encontré la
respuesta a como sentirme feliz fuera de mi pais de origen, Dios la hizo clara ante mis ojos, y es sumamente sencilla: la
patria viaja con uno, y uno es la patria. Con esto no quiero decir que haya que
estar hablando de Cuba, y cocinando frijoles negros cada día. Lo que eso significa es que la persona es lo
que es, no importa donde viva; con pertenencias o sin ellas, habitando un modesto lugar o un palacio. Lo que somos no está definido por un espacio o
por cosas materiales. Nuestra
individualidad y la influencia de nuestra cultura, la que heredamos de una nación que fue normal, con
sus defectos y aciertos, pero en gran medida emprendedora y digna; solo se
refleja, hoy y siempre, en nuestros actos.
Si hacemos fechorías, chapucerías, nos acomodamos, y actuamos por puro interés,
ya todos sabrán lo que somos. Uno no tiene
que pregonar su condición, su naturaleza, eso se vislumbra por encima de la
ropa. Con nuestro comportamiento diario, en cualquier
tierra del mundo, podemos honrar a Cuba, a nuestros antepasados y a la cubanía
como tal; pero además seremos, merecidamente, ciudadanos de este planeta que es la patria grande de todos. Las lamentaciones no
nos hacen llegar muy lejos, no importa cuáles sean nuestros problemas y nuestra
situación, tenemos que enfrentarlos y crecer ante ellos, con la nobleza de los
cubanos de ayer, y de los cubanos dignos de hoy. Seremos entonces algo más valioso
porque nos convertiremos en hombres y mujeres genuinamente felices; asi nuestro espíritu y contribución pueden trascender épocas y fronteras, trasformados solamente por nuestra actitud y nuestro
esfuerzo.
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