Un mundo de cosas
por Aymara Lorente
Para Pedro y Ramy en esta Navidad.
Desde que abrimos
los ojos al mundo, nuestros padres y el resto de la familia nos esperan con una
habitación llena de objetos que ellos asocian con nuestra llegada, y consideran
imprescindibles para una exitosa ceremonia de recibimiento, (algo así, salvando
las sagradas diferencias, como el derroche de regocijo en el acto de bienvenida
de los Reyes Magos al niño Jesús). Todo ello
para facilitar nuestra adaptación al mundo real. Frente a la neutral y absorbente mirada del
recién nacido empiezan a desfilar día a día interesantes rarezas de diferentes colores,
formas y tamaños, desde un juguete con sonido, hasta una almohadita suave y acogedora
envuelta en una funda bordada de color
pastel, o la temprana introducción a la música preferida de nuestros padres,
tíos o abuelos. ¿Y qué decir de los atractivos
olores e inusitados sabores? Como por
ejemplo el inolvidable gusto de un tete endulzado para que dejemos de llorar, o
el perfume de las flores del patio, o de un ramo en aquel florero antiguo, especie
de reliquia familiar; o el increíble olor a café que inunda el hogar, o el
inigualable, cálido y ancestral olor que trae la brisa del mar, o el aroma del
cedro y la caoba de los viejos escaparates de los abuelos. Todo ese conjunto de experiencias, esa
amalgama, se convierte en la pieza esencial para la formación de nuestros
gustos, y la definición de nuestras preferencias sentimentales y estéticas. A partir de entonces comenzamos a tomarle
afecto a las cosas que nos rodean, y a depender tanto de ellas que llega el
momento en que las necesitamos casi igual que a la sonrisa y el calor de
nuestros padres.
El ser humano,
desde muy temprano, deposita e identifica sus sentimientos con pequeños o
enormes objetos-símbolos que le ofrecen seguridad, alegría y confort. Inconscientemente empezamos a atarnos afectiva
y materialmente a todos esas cosas tan familiares, e instantáneamente
reconocibles por nuestros radares
sensoriales. De ahí nuestra conexión
mental con determinados alimentos,
texturas o ambientes. Cuando somos
adultos, cualquier aroma, un particular tono de luz, sabor o sonido nos puede
transportar a un momento en el pasado reciente o lejano, y en ese flash mental
resucitamos aquellas experiencias, aparentemente olvidadas. El simple olor a lluvia o a tierra mojada, la
escena de una película, o hasta el sonido de las hojas de un árbol mecidas por
el viento, pueden revivir memorias de un tiempo anterior, y de nuestro mundo en
aquel momento, con todos los sucesos y sobre todo las personas queridas que nos
rodeaban y que influyeron en nuestra formación con sus aciertos y conflictos, y
que determinaron en gran medida nuestro concepto de la vida y preferencias.
Esa atadura sentimental
a momentos y sensaciones de la infancia, y de otras etapas ya pasadas, es
real y poderosa. Es uno de los
motivos por los que a veces nos rodeamos de muchos objetos, o somos demasiado
específicos o exigentes con lo que queremos comer, leer, o con los planes que
deseamos realizar. Todo ello está conectado de alguna manera a nuestras
experiencias pasadas, y condicionado por recuerdos entrañables. Por estos días viene a mi mente la imagen de
mi padre entrando a la casa el pino navideño que después él y mi madre adornarían
con aquellos ornamentos de generaciones anteriores, y aprovechando hasta las
bolas que se rompían para regar su brillo multicolor sobre la capa de algodón que
cubría la base del arbolito. Toda esa operación
se realizaba a pesar de estar ya prohibidos en Cuba todos los símbolos y
celebraciones relacionados con el nacimiento de Jesús y cualquier otra representación
o manifestación religiosa. Sin embargo,
a pesar de que quisieron controlar nuestros actos, pensamiento y cada rincón de
nuestros hogares, por las noches cuando doy gracias a Dios veo claramente el
cuadro de Cristo en el Monte de los Olivos, una de las imágenes que siempre se
mantuvieron en casa, en lugares estratégicos.
Son algunos de los tesoros que la tiranía no nos pudo arrebatar: nuestra
fe y los recuerdos.
Esperemos que el
camino recorrido, así como todas las cosas que queremos alcanzar y lograr en nuestras vidas honre a nuestra familia, y
sirvan además de inspiración a los que vienen detrás. Es mi deseo, especialmente en esta Navidad, que todos puedan realizar sus sueños partiendo
de los esfuerzos, los instintos y la verdad de cada cual; guiados por la estrella
de Belén y el espíritu de lo que realmente somos.
Muchas, muchas gracias por este post tan hermoso. Un beso.
ReplyDeleteMuchas gracias, querida Zoé, feliz Navidad para ti y la bella Luna terrenal.
ReplyDeleteComo siempre...gracias. Y que todo lo mejor del mundo llene su hogar esta navidad y el año que comienza. Felicidades...
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