Agradecimientos a un hombre culto
Un regalo de Julio - Georgia O'Keeffe One Hundred Flowers
Por Aymara
Lorente
Julito, el primo
mayor de mi esposo por la parte materna, era un caso excepcional porque siendo
un Newyorker autentico, que hablaba el español con un fuerte acento, siempre
amó mucho a Cuba. Cuentan que lo
trajeron a los Estados Unidos a mediados de los 50’s con solo tres años de edad,
y que creció entre italianos, Irlandeses y el resto de las nacionalidades que
abundaban en Brooklyn por aquella época. Allí, en en esa area de New York, nacieron sus dos
hermanos. Sus mejores amigos eran
americanos, Lynda y los dos Jimmys, a quienes Julio conoció en los años de high
school. La mayor parte de su vida, vivió en el centro de Manhattan, esa otra isla que era su verdadero hogar y
pasión.
Cuando pienso en él, me vienen a la mente muchas cosas que teníamos en común: la admiración por
el arte, la afición por el TV show Jeopardy, y el amor por New York City. Lo conocía por fotos mucho antes de que yo escapara de Cuba. En casa de la familia del entonces mi novio,
había una ampliación de un Julio muy joven y apuesto, con la melena cuidada. Era de la época en que él viajaba por el
mundo.
Julito fue una de
las primeras personas que fue a verme a Canadá cuando logré dar el salto. Allí llegó antes que mi propia familia, y
todos se lo agradecimos mucho. Mi
esposo no podía salir de los Estados
Unidos por no tener aun la residencia, y el fue de embajador en su nombre. A pesar de que no nos habíamos visto nunca, en
esos días que pasó conmigo, parecía como si nos hubiéramos conocido de toda la
vida. Como siempre, llevó la maleta llena
de regalos, y allí en Toronto me compró un sombrero de verano, que use y
conservé como un gran recuerdo de esos días felices. Con mi llegada a los Estados Unidos nuestra
relación y cariño se acrecentaron. En esos primeros días mi esposo y yo tuvimos la ocurrencia, más
bien la audacia, de comprar mi primer traje de baño en este país, nada menos
que en Lord and Taylor, cosas de cubanos.
Allá fuimos con Julito, y esa jornada resultó pasar a nuestra historia
común como algo sumamente pintoresco.
Recuerdo que cuando decidí ir a ver qué tal me quedaban algunas de
aquellas maravillosas trusas, Julio
se sentó en un sofá elegante próximo a la entrada del probador, mientras mi esposo
se mantuvo de pie cerca de la puerta, y me pidió que, disimuladamente, me
asomara cada vez que me pusiera uno de los trajes de baño, para ayudarme a
escoger. Nunca olvidaré que Julito,
cuando nos vio interactuando en aquella escena de entra y sale con diferentes
trusas, se divirtió muchísimo, y nos dijo que le parecía estar participando en
la filmación de uno de esos viejos episodios de I love Lucy.
También con Julio, mi esposo y yo compartíamos nuestra curiosidad por el mundo, especialmente por
las ciudades de Europa. Entre los últimos regalos que le hice, estando él en un
centro de rehabilitación, se encontraban un mapa, fotos y chocolates traídos de
Paris. Espero que le hayan aproximado,
una vez mas, a la luz de esa ciudad que el amaba. A ese centro llegó Julito después que la
adicción al alcohol prácticamente lo destruyera física y mentalmente. Por eso era mi deseo que aquellos souvenirs
parisinos le sirvieran para retomar su pasado cosmopolita, y su alegría de vivir
en aquellos últimos y duros meses. Allá
en Paris, solo unos años antes, él esperó con un grupo de amigos el arribo del nuevo milenio. En esa época parecía que su salud y su vida
mejorarían. Fue un momento glorioso, un nuevo renacer, pero desafortunadamente muy poco después comenzó un verdadero espiral en descenso que, a pesar de ser un
hombre fuerte y aun joven, le costó la vida.
Se acerca Thanksgiving Day, y aunque tengo
mucho que agradecer a una gran cantidad de personas, hoy seleccioné a este
querido familiar y amigo que siempre estará vivo en nuestros corazones. Cada vez que caminamos por la ciudad de New
York, él nos acompaña revelándonos nuevas sorpresas. Mucho tenemos mi esposo y yo que
agradecerle, sobre todo la natural acogida a ambos, y el cariño que nos brindó. El fue el guía que abrió para nosotros las
puertas de New York City, e incrementó nuestra admiración por todos los
detalles de la ciudad y sus moradores.
También recibió y sirvió de guía a muchos de nuestros amigos que la
visitaron, y los trató como familia en su hogar, mostrándoles cada rincón de
New York y todos sus secretos.
En su viaje final
Julio se llevó, en un pequeño espacio de su alma de Newyorker, el amor por
otros dos sitios maravillosos: la isla de Cuba y la ciudad de Paris. Su apartamento en Midtown Manhattan estaba
repleto de objetos cubanos, de la época anterior a la destrucción total de la
autentica cubanía. La hermosa ciudad de
Paris vivía en sus recuerdos recientes y lejanos. En sus últimos días nos describía los barrios
y las calles, los monumentos y los cafés.
El no olvidaba un solo detalle porque esa ciudad también ocupaba un
lugar muy especial en su alma de viajero, de hombre culto amante de la vida.
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